El gatoceronte es un animal muy peculiar. A diferencia de otros animales que ha producido la nueva ingeniería genética del siglo XXVII, éste nuevo ser ha sido un éxito entre los infantes debido a su carácter afable y a su pequeño cuerpo peludo. Es verdad que con este nombre cualquiera hubiera esperado encontrarse con una especie de paquidermo dotado de las afiladas garras y los distintivos colmillos de los felinos: era de esperarse un terrible depredador habitante de climas fríos, dueño de la agilidad de los segundos y la fuerza de los primeros.
En su lugar, los productores de esta belleza han optado por mantener el tamaño, el pelaje y el apetito doméstico del gato, pero han rescatado las patas robustas, el cuerno altivo y la mirada indiferente del viejo y olvidado rinoceronte blanco. Su éxito entre los niños se debe en parte a la ternura de su andar, a esa torpeza de quien nunca termina de aprender a caminar y a su carácter impasible y tolerante. Dicho éxito le viene bien a la compañía después de los fracasos que representaron el violentísimo toronosuario y la poco afortunada lobólula.
Por otro lado, la competencia ya ha anunciado que trabaja en por lo menos tres nuevas creaciones que serán lanzadas a final de año, durante el XXXIX Encuentro Interplanetario de Genetistas: el perrico, destinado a la asistencia de invidentes y débiles visuales, el puerconejo, un claro esfuerzo para competir con el gatoceronte por el público infantil y, finalmente, la vaca polar, futura encargada de alimentar a las poblaciones más alejadas. Nos espera un año muy interesante.