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Las escondidas

Este es el juego: me escondo y me buscas. Luego, tú te escondes y te busco yo. Luego, los dos nos escondemos y nos busca él. Y cuando es su turno, hay que agacharse muy bien. ¿Te digo qué me sirve a mí? Enroscarme mucho y hacerme lo más chiquito que pueda. Me hago un caracolito que se retuerce sobre sí mismo y aprieto los brazos contra el cuerpo, contra las rodillas, contra los dientes, contra los ojos.

A ti te ayuda apretar sólo los ojos y pegarte a la pared, pero la pared no se va abrir para comerte y ponerte a salvo y él te va a encontrar. Es mejor buscar que las plantas se hagan árboles altos o pedazos de selva que te den guarida y que te escodan para que no te encuentre. Pero tiene que ser antes de que embista porque si se le llena la nariz de aire caliente, nada lo detiene, nada nos oculta.

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Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.

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