La gente comenzaba a murmurar y es que esa idea de que el príncipe no hubiera encontrado ninguna dama de la realeza que le gustara lo suficiente, incluyendo los reinos vecinos, daba mucho qué decir y las especulaciones corrían.
Por eso organizaron aquel festín con plebeyas en el que el príncipe bailó con sólo una mujer: la que tenía las zapatillas de cristal, la que perdió la izquierda en las escaleras del palacio, mientras salía despavorida dejando al príncipe en el centro de la pista.
La búsqueda para encontrar a Cenicienta fue un acto heroico; después de alguna negociación sucedió la boda que sirvió para acabar con los rumores.
Ella se mudó a la casa real con su precaria vestimenta. Se hizo necesario que viajara para comprar ajuares de todo tipo: vestidos, zapatillas, corsés, pelucas y demás enseres propios de su nueva vida.
Al regresar de uno de sus viajes encontró el guardarropa vacío y algunos zapatos regados por el piso de su habitación, buscó a su marido y nadie supo darle razón de su paradero, sólo un caballerango pudo decirle que el príncipe salió a media noche con su caballo, un carro y varios baúles.
En el reino vecino, a nueve días de distancia, la gente no hace más que hablar del recién llegado que con vestido, peluca y zapatillas de cristal camina por las noches en la plaza del pueblo, cazando algunos clientes despistados.