El artículo le explicó que su propio dolor habría sido desplazado a un objeto nimio y oscuro localizado en la parte más álgida de una intrincación de episodios traumáticos. Que los simpatizantes de la psicología profunda le hablarían sobre el miedo neurótico mientras abrían su cuero cabelludo, ponían su cerebro sobre el diván y esculcaban entre las circunvoluciones para encontrar los eventos que condujeron al primer ataque de pánico. El texto aludió a una posible relación problemática con su madre pero recordó que estuvo llena de amor y que esta no le transfirió ninguna fobia.
Habría entendido mal la teoría del miedo.
Tal vez lo suyo se trataba de una cefalea de mediano alcance que nunca abandonaría su cabeza.
A lo mejor eran chinches adheridas a su masa cerebral o arañas sigilosas que vivían en los rincones más oscuros de los surcos cerebrales.
Así sobreviviría una mosca cuando está suspendida en un entramado de seda y silencio, sin mirar hacia abajo porque el depredador enseña los dientes desde el abismo.
La mosca debe volar y evitar caer.
El diagnóstico.