No importaban las nubes grises y la lluvia porque planeaba pasar el medio día en un motel barato con Carlota la recepcionista: combo amoroso de doce del día a dos de la tarde en $20.000 pesos con almuerzo incluido.
Desnudos en la cama, mirándonos con honestidad procedimos a almorzar y apenas sentí la grasa tibia abandonando el muslo de pollo, pasándose a mi mano y deslizándose sensual hasta mi codo, comprendí con una erección que se abría para siempre una puerta, que se dilataba un vórtice perpetuo de hambre y deseo sexual y que podían satisfacerse en perfecta sincronía del espacio temporal sin remordimiento moral ni malestar estomacal.
Carlota preocupada hizo notar que faltaban las servilletas. Yo la calmé con el argumento más hermoso que había salido de mi boca rebozada de aceite:
– Tranquila nena, ya no va a ser necesario el lubricante.