Voy a encontrarme con un yo que no sé cuándo perdí.
Espero aún esa epifanía que ilumina a kilómetros de distancia entre nubes rasgadas y cielos naranjas plagados de una extraña novedad, esa de la que todos hablan al regresar de una jornada por tierras desconocidas.
Me molesta un poco esto de viajar, sobre todo porque tienes que meter toda tu rutina en una bolsa que cargas a cuestas; todas tus decisiones al hombro a la espera de que se oreen, con la esperanza de que ese recorrido kilométrico te cambie por completo.
Imagino que alguien va por mí al aeropuerto, como en esas películas en que todo es perfecto tras la ausencia. Quisiera ser el Ulises que reciben con un abrazo de esos que te dan a entender lo mucho que te echaban de menos, pero aquí y ahora sólo soy yo dejando atrás a la persona que por más de veinte años hizo de su forma de ser un personaje honorable.
Se anuncia el vuelo. Tiro el boleto de vuelta, es mejor no regresar.