Es difícil olvidarse de lo que duele. Perdonas, sigues adelante con tu vida; pero esa marca, esa memoria, permanece. Miras hacia atrás y te das cuenta de lo que involuntariamente has abandonado: tu casa, tu familia, tu par de zapatos favorito. Hasta caminar por el barrio se convierte, de pronto, en una actividad envidiable.
No volverás a ser igual. Te robaron la tranquilidad y el descanso para transformarlo en un montón de pasto. Apareces indefenso entre un raudal de personas que no te conocen, y no te quieren.
Tienes una nueva casa, una muy bonita, pero esa no es la que quieres.
La rutina que antes te aburría es ahora lo que más extrañas. Levantarte con un café en la mano, llegar a la oficina, ver a tus compañeros que siempre te reciben con una sonrisa, pasar el día entero trabajando para después regresar y ver la cara impaciente de tus perros. Y después dormir.
Hoy no puedes hacer planes, no hay planes. No sabes a dónde irás mañana y si despertarás en un colchón inflable o en tu vieja cama.
Todo lo que querías, toda tu vida se ha ido en un instante y ahora tienes que construir una nueva con lo poco que te queda. Tan sólo porque alguien decidió que era buena idea atentar contra tu calma a cambio de unos cuantos pesos…
Han pasado los meses y poco a poco la tristeza y el dolor se van desvaneciendo. Quieres intentarlo y con buena cara te armas de un librero nuevo, te levantas todas las mañanas a regar el jardín que no es tuyo y trabajas en casa. Poco a poco se va convirtiendo en tu nuevo hogar. Dejas en el pasado los malos recuerdos y las amenazas, por lo menos vives en paz.