¿Has mirado esa nube, esa que en la profundidad de lo sinuoso va convirtiéndose en muchas cosas, esa a la que el viento hace volverse lo que nuestra imaginación quiera? Esa nube venía diario, te lo aseguro, un día llegó disfrazada de elefante, su trompa era inmensa y de sus orejas salían otros animales que no conozco.
Sé que la nube es la misma, es verdad lo que digo, siempre es el mismo rostro el que se dibuja al centro y siempre son mis mismos ojos los que la miran; por eso sé que esa es la nube que viene siempre, de no sé dónde, a hacerse formas acá frente a mí.
Una vez fue perro, otra fue una ballena que al abrir sus barbas se comía a otras nubes pequeñas, yo la vi tragarse una lluvia entera; también la vi agitar sus rabos como alas de algún ave paradisiaca.
Ayer pensé que no vendría, pero de aquella parte del espacio vi que llegaba una jauría extraña de osos hormigueros con colas tan grandes que se hicieron cirros y se fueron desgajando; con las trompas intentaron asirse al aire que parecía desmoronarla con la misma facilidad con que una gota cae. La nube sonreía como si supiera que allá abajo en la tierra le esperaran unos brazos sedientos, como si de pronto tantas figuras cobraran un sentido.
Hoy no ha llegado, y otra vez parece que soy el único habitante de este espacio, de este cielo enrarecido.
