Conservo sólo los guantes largos de mi madre. Siempre pensé que eran de raso fino, pero ahora veo que no. Siento que no. Aunque en ella eran espléndidos: sus manos se alargaban, su porte era refinado, su rostro se aclaraba y relucía como si acabara de tomar una decisión. Y yo quería verme como ella.
Quiero verme así, y que mis brazos tengan esa elegancia. Me pongo los guantes, sí, y mis manos no son más delicadas. Entonces te pienso y creo que te gustarían, si un día te encontrara. Pienso en tus manos oscureciéndome con sus sombras y pienso que me seducirías como a mi madre. Me desearías como a mi madre.
Me miro desnuda en el espejo, pero no vienes. La noche se cierra y tengo que abrirme paso a fuerza de brazos, cortar el día mientras las estrellas se arrebolan. Despido una luna menguante e invento el camino que te arrastre acá, para que me mires, para que remojes tu deseo adusto en mí. Pero no vienes.
Y me tienes desnuda, frente a ti, a mi madre también frente a ti. Soy ella y no pasa su tiempo en mí. Si al menos llegaras.