Divina Señora de la Sagrada Cuchilla, ruega por nosotros.
Nunca recé. No rezaba nunca. Pero un día la vi. Apareció en la pared de la cocina. Yo sé que a cada quién le llega un día su santo, su espíritu guía que te dice qué hacer, que vela por ti y por lo que deseas. Ella es la mía. Cada que estaba en la cocina, si me tocaba picar las verduras oía un ruidito saliendo del brillo del cuchillo. Tictictictictictic del filo, mientras cortaba. Arriba abajo arriba abajo iba y venía. Y no pasaba nada. Me concentraba mucho viendo el cuchillo por si me estaba perdiendo de algo. Y no veía nada. Acercaba la oreja y sólo estaba el tictictictictictic.
Siempre me ha gustado cortar, quitar lo que no se usa. Dejarme el pelo largo y ponerme zapatillas de bailarina. Cortar lo que sobra. “¡Eres un niño!” Me gritaba. Y yo sólo quería cortar. No me gusta, no me sirve. Y corté. Siempre he tenido las mejillas rosas. Rosas rosas rosas. Tictictictictictic. Apareció. Tictictictictic. Y ahora peso menos. Tictictictic. La punta de mi dedo. Tictictictictic. Sí, sí, Santita Filosa, ya voy. Tictictictic. Que hoy toca velarte, pasar la noche viendo tu filo y brillarte. Tictictictic. Yo te arropo. Tú me cuidas. Tictictictic. Ya viene la grieta, Santa Cuchillita. Tictictictic. Se asoma de tu brillo. Tictictictic. Divina Hoja de un Solo Corte. Tictictic. Santa Blanca del Arma Mía. Tictictic. Por nosotros no, por mí. Santita, por mí.