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Observación minuciosa de un defecto

Es un tipo guapo, lo sabe, lo sabe cuando por la calle las chicas lo siguen con la mirada, como si quisieran apresarlo entre las pestañas. A su paso ellas tienen ojos de planta carnívora. Las peores veces, se muerden el labio inferior y mueven la cabeza. Lo desean. Él lo sabe.

Todo le es indiferente; las mira y descifra en un segundo lo que quieren, pero no le despiertan ni siquiera una sensación de vanidad. ¿Qué me importa?, se dice mientras camina. No le gusta nadie, ni una mujer ni un hombre.

Pasa largo rato frente al espejo estudiándose con la dedicación de un biólogo ante algún organismo microscópico. No hay nada teatral en este gesto suyo: no hay poses, ni diálogos, ni emoción, sólo frialdad objetiva de científico. Se observa clínicamente. El resultado es cada vez el mismo: le falta algo. Lo sabe: es un defecto de nacimiento. Tras la conclusión apaga la luz y se aleja de sí mismo camino a la cama. «Quizá mañana», piensa desafiando su metódica rutina.

La noche vino de nuevo y con ella el momento de mirarse. Se para en el lugar de siempre frente a su defectuosa imagen. Nada ha cambiado. Su cara es esa misma de cada día. Una mosca se cuela en el experimento y altera los resultados porque él tiene que mover la cabeza y ahuyentarla. Entonces descubre el lunar que irradia una negra vena en caída vertical hacia su cuello. «Es esto», piensa. Se mira, la toca y la imagen de la vena lo fulmina. Pero la mosca… El resultado no es confiable si no se puede reproducir. Lo sabe: la mosca no volverá a pasar por ahí.

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Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.

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