Su lengua corresponde al idioma del fuego. Es un dialecto entre ramas y troncos, un habla monótona y seca.
Su cuerpo en cambio se materializa en puntos verduzcos de luz que flotan sin orden en la oscuridad.
Pero esa materia inflamada no brillará por largo tiempo, pues no corresponde a ese mundo. Lleva consigo la luz, sí, pero como un atributo que acaba –como todas las cosas– por convertirse en ceniza.