Ahí, tirada en el suelo de tierra rojiza que camuflaba las gotas de sangre ya casi seca que había escurrido de la nariz y boca de Aura, esta trataba de contar todas las veces que Juan, su esposo, la había golpeado… De milagro estaba viva. No tenía ni tres meses de haber salido del hospitalito del pueblo con un brazo roto y ahí estaba de nuevo, sintiendo el sabor de su propia sangre. Como pudo se levantó entre la oscuridad y, con mucha cautela para no despertar a Juan de su alcoholizado sueño, salió de la casita rumbo al río. Se arrodilló con trabajo por el dolor de su cuerpo y, usando sus manos a modo de vasija, lavó con cuidado su rostro. Sintió como un bálsamo el agua helada pero su mente en esos momentos se encontraba ausente, por lo que sus movimientos eran casi mecánicos: lo había hecho tantas veces… Esperó postrada de espaldas sobre la hierba hasta que las estrellas desaparecieron y los primeros rayos de luz solar arribaron. A su regreso se detuvo ante un arbusto de quautepatli con sus flores rosadas, del que tomó varias hojas y, más adelante, en el camino, paró en el estanquillo de doña Luz y pidió fiada la cerveza helada que su esposo le exigiría para amortiguar la resaca. Llegó a tiempo para preparar el desayuno de los niños y de Juan y cuando su esposo apuró ávidamente el contenido de su cerveza, el rostro de Aura resplandeció como nunca mientras su alma, al fin, se liberaba del pánico que durante tantos años había mordido cada parte de su ser. Le dio la espalda mientras sacaba de la alacena el botecito en donde siempre tenía la pomada de árnica para los golpes que su madre le había enseñado a preparar.
*Quautepatli: nombre mexicano de la adelfa y cuya savia es altamente tóxica y se utiliza como raticida.