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Quizá en un tiempo, en una estación

Pudo haber un lugar perdido dentro de toda la extensión de Europa donde una mujer esperara a un hombre; lo más probable es que se tratara de una estación de trenes y que ellos estuvieran enamorados. Por supuesto esto es imaginería mía. Pienso que los trenes, aunque solían ser el estandarte del progreso, ahora son la viva imagen de la nostalgia y que, como ocurre en muchas situaciones amorosas en la literatura, este amor que cuento se alimenta de ella. Por eso los trenes, Europa y el invierno.

Entonces esta mujer, como lo supongo, se encuentra sentada en una banca, cubierta casi por completo con un abrigo largo y una bufanda. El sombrero que llevaba la ha hecho sudar un poco, así que se lo ha quitado y ahora lo sostiene contra su regazo. La veo sintiendo el frío sobre su frente mojada, limpiándose con la bufanda y volviendo a colocar sus manos encima del sombrero para que el fuerte viento de enero no se lo lleve. La brisa la tiene abrazándose a sí misma de vez en cuando y susurrando palabras en un idioma que no logro entender, pero comprendo el gesto.

Hay una guerra derrumbando a Europa, y esto le preocupa más aún porque él está allá, lejos, en ese otro lugar que es la guerra y no su casa. Sin embargo, a pesar de que ella le ha dado vueltas a la idea de no volver a verlo, el tren llega puntualmente con él a bordo. Al reconocerla, desciende del vagón para ir a su encuentro desesperadamente; tanto, que ha olvidado su abrigo. Ella lo cubre con la bufanda al darse cuenta y se dan un beso prolongado. No imagino el sufrimiento que la guerra ha provocado pero los veo felices, yendo tranquilos a casa. Apenas puedo ver unas siluetas en mi imaginación, pero no podría darles otro final.

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Músico, escritor, lector, cinéfilo, melómano, hijo, primo, hermano y amigo nacido en la ciudad de México un hermoso y soleado miércoles 29 de febrero de 1984. Gusta de todas las formas de la imaginación y del humor sin discriminación alguna. También disfruta ocasionalmente de una buena novela policiaca. Sostiene que la escritura literaria es una búsqueda donde la voz del escritor debe ser la única constante. En alguna reunión llegó a afirmar: “Puedo suscribirme a cualquier corriente de pensamiento, siempre y cuando sea lo bastante corriente”. No ha recibido ninguna distinción literaria, pero ha otorgado dos títulos de “Abuela Honoris Causa” hasta el momento. El primero a Susan Sontag por su labor crítica y, sobre todo, por esta fotografía; el segundo a Wisława Szymborska por su obra poética y por la persona que imagina detrás de esos poemas. Participó en el proyecto de investigación de literatura policiaca “Crimen y ficción”. Actualmente escribe una columna mensual de cine para la revista Síncope, mantiene el blog “Antología (no tan) arbitraria de textos” y toca la guitarra en la banda mexicana de swing Cotton’s.
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