¿Alguna vez has saboreado a una mujer hasta el punto de hacerla creer que únicamente estaría satisfecha consumiendo la lengua que la devoró?
No siempre sabe igual. A veces sabe a sal, a veces a frío, otras a chocolate mezclado con vacío.
Es verdad que conforme avanzan las horas, su carne se va volviendo blanda y jugosa pero también va perdiendo seriedad. Debes encontrar todos y cada uno de sus rincones para descubrir con qué especias está hecha su melena.
Si logras encontrarle el gusto es probable que también encuentres el sabor sublime de sus labios, de sus tripas que se mueven al compás de su corazón. Si logras probarla y saborearla detenidamente llegarás a ese lugar que nunca has conocido y sin pensarlo ella te pedirá que vuelvas por más.
Es casi como viajar lejos, a ese lugar donde tus sentidos no encuentran paz. Hay tantos olores, texturas, pocos colores, más bien tantos caminos que recorrer para hallar sus resguardos.
Una mordida de sus pulmones te llevará al cielo y un trago de bilis derramada sobre tus cuchillos te enseñará que no hay mejor sabor que el de una mujer enamorada.
…¿Y el sombrero? Ahí está guardada la receta perfecta para enamorarla.