Luca se encuentra sentado en la cafetería que construyeron arriba del todo de la biblioteca pública de la ciudad. Al mirar los ventanales nota cómo destella el sol de invierno en sus cristales y siente cómo el ambiente, mientras se aleja una camada de nubes, se empieza a calentar.
El mesero se acerca y deja un café sobre la mesa. Luca sonríe, pero el hombre se aleja devolviendo únicamente su espalda. El humo asciende vaporoso hacia el techo pero debido a la temperatura del lugar, se pierde antes de llegar al rostro de Luca, quien en ese momento repara en el silencio que la clientela rompe de vez en cuando con palabras que, aparte de comprender, sabe que son propiedad de lo ajeno.
Entonces piensa que nada de aquello está relacionado con lo que considera familiar y se pregunta si en el café o en los rayos del sol que alumbran igual, pero que definitivamente no calientan de la misma manera, será capaz de encontrar un vínculo que le permita relacionarse con ese país. Entonces termina de un sorbo el café.
Luca levanta una mano y pide la cuenta. El mesero se acerca. Luca le entrega un billete y sonríe buscando en la mirada apagada del hombre una sonrisa. El mesero no sonríe, pero sí deposita el cambio sobre la mesa. Es hasta ese momento, cuando Luca percibe el brillo de las monedas, que comprende que de esa manera y no de otra se establecerá una conexión real con el mundo que, desde que se mudó, le rodea.