Ríos rojos destilan, lágrimas
corazón de biznaga
seco de silente hemorragia;
su negro palpitar
late, sin sed
roja, se precipita
la gota solitaria
vacía de promesas.
Extraviado, él
en la noche de tempestades
el espejo
calla.
El hontanar de su voz
grita al desierto
por volver al estero, azul
y así florecer
en su aroma;
la voz anhela
un afluente.
Pero las palabras
afiladas
por el tiempo
refrenadas,
al entrever la luz
siegan las cuerdas:
cegado el sonido
manantial.
Y su perfume
recuerda, a ella
lo inunda en cada aliento
mas sabe,
que tras el espejo sin azogue
aguardan amargas
espinas de rosal.