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Sorpresa

Un destello de luz rebota en la superficie de la mesa y luego va a estrellarse contra el ventanal de la cafetería, produciendo un sonido cristalino, como el de cientos de astillas perforando el verano. La mujer busca el origen del resplandor y lo encuentra en los rayos de sol que salpican el toldo de un auto mientras este atraviesa un punto específico de la calle, uno que está sobre el paso cebra, un poco más pegado a la acera, abarcando un tanto el carril de bicicletas y obligando a los transeúntes a hacerse hacia atrás como diciendo «hazte pa’ allá» de manera más atinada que un hombre.

Durante segundos observa el ir y venir de los autos hasta que la dirección de sus pensamientos se desvía, llevándola a la mañana en la que despertó junto a un hombre cuyo rostro parece ahora más nítido y claro que en aquel momento, pero que no podrá volver a ver a menos de que los muertos, en efecto, se levanten de la tumba.

De pronto suena el teléfono y la mujer se altera. La sensación no se prolonga demasiado pues si en algo se distingue la sorpresa es en su naturaleza enana, corta e inoportuna como la imagen del hombre junto al que amaneció, pero sobre todo, como el momento en que sintió, tan fugaz como el fulgor del sol sobre el toldo de un auto, que era feliz.

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Escritora. Participa con sus letras en el proyecto Deletéreo.
Ilustrador.
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Carta hallada en el domicilio Real Jardín, número 14, Puebla de los Ángeles

Pena
Me apena mucho dirigirme a usted por medio de esta carta, esta declaración que nace de la necesidad de contarle lo que siento. Yo, que poco sé de cómo hablarle a una mujer de su condición, tan elegante y fina pero principalmente tan hermosa. Sé que en el momento en que reciba estas palabras, sentirá que de nada valen los intentos que desde el mes de mayo he realizado para poder platicar con usted. Pensará también que aquella tarde junto al portón de Morelos nada representó para mí y que mi vida ha sido la misma. Y no la culpo, pues mi cobardía de buscar los medios para acercarme a usted muestran indiferencia y no son dignos de un hombre.

Serenata

Llamada

Si los lobos aman a la luna y la luna a la oscuridad, entonces me arrodillo y entierro entre los arbustos mi mortalidad;…

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