Querida Lucrecia:
Yo sé que tú lo viste, sé que desde entonces esto nos une aunque no quieras contestar ninguna de mis cartas y no quieras abrirme la puerta de tu casa.
Tú sabes cómo amo al viejo y que haría lo que fuera por tenerlo conmigo. Lo amo tanto como tú, de la misma manera, con la diferencia de que yo soy su esposa y tú mi amiga.
Supongo que cuando abriste la puerta y miraste el ojo en el plato pensaste que era de buey. Pero no, Lucrecia, ningún animal tiene los ojos tan grises y lindos como esos. Ningún animal tiene esa mirada tan apasionada como él la tenía. Aunque ahora se ha vuelto un poco fría, yo estoy segura de que fue ese clima el que hizo que mirar adentro de sus ojos fuera como mirar adentro de un horno vacío, como mirar al fondo de un barranco al que no se le ve fondo; pero ya sabes lo que dicen, que en el refrigerador se conservan mejor las cosas.
Y yo quería que fuera nuestro para siempre, por eso hice esa sopa que tanto te gustó, con uno de sus ojos para que siempre esté con nosotras.
El otro lo guardo sólo para mí, para sentir que en las noches frías, como las que pasaba a tu lado lejos de mi lecho, su mirada me calienta.
Te quiere B.