Dos cuerpos, de sus cabezas no sabemos nada. Una mujer embolsada y el desierto hirviendo su podredumbre. No pudimos salvarlo. Un coágulo nos mira desde el fondo de la cubeta. Cáncer, sí, en el seno derecho. La sangre quema, los ojos enervados y la respiración tartamudea.
En medio de la sala tu cuerpo. Mejor no digas nada. Nunca había escuchado el hueco que una bala deja en medio del ruido. Te dije que te calles, maldita sea.
Y el corazón no alcanza, los puños se crispan.
Te odio cada vez que te pienso. ¡Que te calles, carajo! Esta ropa no es mía, apestas al perfume de la puta de tu secretaria. La cama con una soledad moribunda.
La furia me llaga los intestinos y me sacia de impotencia, me habita en el hartazgo y el hastío, en el vértigo soporífero de la rutina, en los puños caídos de los boxeadores, en las butacas del equipo derrotado, en la fila infinita del tráfico.
Vi entrar aquellas tanquetas y arrasarlo todo, vi a la anciana golpearlas con su bolso y a los jóvenes salir corriendo. Vi alzarse toletes y piedras.
Vi la furia de todos, la ira contrapuesta en gritos lacrimógenos, la maldita voluntad de que en este lugar no pase nada.