Skip to content

Último aliento

Llegué de noche y el bosque ya no estaba. Sus árboles no eran más que sueños roídos por el tiempo, y sus ramas extremidades inmóviles plenas de cicatrices necias.

Muchas veces pensé que ese bosque era un invento que yo mismo me había fabricado, que no respiraba por sí solo y que en momentos se asfixiaba entre neblinas, caricias perversas sin vida.

Un trasplante de posibilidades me hizo calcular que, a medida que pasaran los minutos, en los árboles florecerían cráneos llenos de huecos, humedades que no iban a ser de la madrugada sus bemoles y que, a diferencia de otros ayeres, las cruces del destino se clavarían con el vacío de los recuerdos.

Todavía puedo sentir el último aliento de aquellos que nunca se atrevieron a decir nada, cadáveres bajo esa tempestad que abruma con su frío y cubre el campo de algoritmos que violentan las últimas vulgaridades malintencionadas del invierno.

 

Loading

Lleguemos a un acuerdo, tú me lees, yo te escribo.

«Había noches en que todo el mundo estaba como esperando algo y yo me sentía como un nómada fracasado, de esos que van a todas partes sin llegar a ningún lado.»

Escribo «adios» sin acento para que no suene a despedida.

Anterior
Siguiente

No pares, ¡sigue leyendo!

El Espíritu

Espíritu

Mi historia fue al revés: nada de pobreza, andar en la calle lavando carros, o salir de una vecindad llena de escuincles llenos…

Cómplices por una eternidad

Futuro

En un futuro no muy lejano tú tendrás menos cabello, yo tendré más canas. Nuestras orejas habrán aumentado de tamaño y las arrugas, probablemente,…

Volver arriba