Mi especialidad son las malas noticias. “Imelda, esa cerveza es la noche”; apenas levantó los ojos, hundidos ya, e intentó buscar su camino, serpiente varada ahogándose con su propia saliva. ¿Miguel? Me acerqué la tarde en que por fin sintió la nieve lamerle la cara; “Inés la purísima le teme a estas noches heladas, y a ti, y lo sabes”. Y el único rumor que Abraham escuchó fue mi voz entre los setos.
Buenas o malas, no importa: podría anunciarte la lotería, mañana te verías el cuello mordido por la cuerda. Nunca es la naturaleza. Es el momento. Un instante demasiado pronto e Imelda no apura el vaso; uno muy tarde y se desploma sin saber de la inminencia. Hay que buscar el momento o ningún beso es bien recibido.
Un beso es lo que no sucedió. Si el cáncer de Luisa hubiera sido noticia más temprana, ¿hubiera Óscar salido de casa? Si sus ojos —nidos de palomas— lo supieran después, ¿quedaría otro camino salvo volver directamente a su puerta? Una estampida de gritos anunció su partida, una llamada firmó su fuga, una voz cristalina lo escondió en la cantina; sólo tiraba al abandono tres años de su vida. Mis murmullos, en cambio, conocieron bíblicamente esos dedos.