Ayer es hoy y mañana: un trayecto sempiterno formado por billones de corpúsculos. Es el polvo del universo, de la evolución, de la atmósfera, y todos los organismos concluiremos nuestro acto final de desaparición como una unidad de medida.
Nuestros cuerpos contados en micras.
Nuestras vidas divididas en cientos de miles de micras.
Desde la gran colisión universal, el polvo se ha coronado como el fin primero y último; reloj imbatible y sereno, exterminador de las especies terrestres.
Algún día todos nos reduciremos a minúsculas elipsis de los siglos y las edades de la Tierra al convertirse en algo ineludible pasar de la respiración a la carroña, de los insectos necrófagos a los huesos. Una ráfaga siempre ha sido suficiente para esparcir nuestros restos en los parajes del mundo.
Los ciclos resurgen del polvo y se disgregan y retornan a él. Nuestros pulmones inhalan a diario cadáveres, brevedades de extinciones, desarrollo y civilizaciones.
Luego, aquí estamos: humanidad.
Pronto llegará la venganza del polvo y nos purgará.