A veces el amor es tan ágil que nubla los sueños de colores, desviste las pieles en trocitos-texturas de rojo y los calcetines cambian de forma a las dos de la mañana.
Una habitación perfumada de sexo a las tres menos veinte es testigo del movimiento de caderas disléxicas que se frotan la espuma en sus cuerpos de estropajo.
Gemidos tartamudos que se escapan por los muros llenos de verde limón, mientras los insectos deciden vivir la adrenalina de la noche sobre el moho del tejado, desde ahí observan silenciosos el carnaval de fluidos compartidos que escurren y se evaporan allá abajo.
Sonidos festivos desaparecen en las gargantas de los amantes que se ahogan en su propia saliva; mientras uno aúlla el otro brama y se destrozan las últimas venas de su vello amor. Los corazones anestesiados aparecen de rodillas en el escenario orgiástico del hambre pilonidal y la animalidad penetra jadeante sus propias pesadillas.