Las últimas tres veces comencé a dejar de sentirte cuando estabas arriba de mí.
Era como si tus pensamientos jalaran todo tu ser hacia otro lado y así tu cuerpo perdía toda densidad, toda humedad, toda belleza.
Tus manos torpes y tus ojos hundidos en la nada.
Éramos todo y no podíamos sentir. Un par de veces me distraje tanto que perdí las ganas.
Un día dejé de asistir a nuestros clandestinos encuentros. Me paré frente a la puerta del derruido departamento que rentábamos para alojar la mentira que vivimos.
Escribí rápidamente una nota en la mitad de una sucia hoja que saqué de mi cartera:
Hasta nunca, hermosa.
Fue un placer.