Ojo gigante, ojo de mar, ojo que miras a la luna y sin disimulo me espías por las noches cuando dormir ya de por sí parece incómodo.
Siento tu pupila dilatada reflejada en el cristal, contemplando mis sueños como un velador que espera tranquilo a que su presa quede inconsciente para robarle el último bostezo de la noche.
No recuerdo la última vez que sentí calma, pues si trato de hurgar en mi memoria para saber cómo es que apareciste, lo único que se viene a mi cabeza es tu inmensa mirada tras el orificio de la puerta queriendo entrar.
Nunca pestañeas, nunca una lágrima cae de tu párpado inferior. Y me pregunto cómo lo haces, cómo logras quedarte ahí, parado, rogando por un vistazo de mi vida.
Hace tanto tiempo que me observas que me he acostumbrado ya a tenerte como parte del paisaje, has pasado tantas horas con el ojo pegado bien abierto, que creo que empieza a gustarme esta sensación de ser parte de tus fantasías.
Ojo, mi ojo, mi gran y perverso ojo, ojo que miras a la luna y que me espías por las noches sin pedir nada a cambio, ¿qué va a ser de mí cuando decidas cerrarte y nunca más volverme a mirar?