Tenía la boca abierta y ella lo miraba de lejos.
De lejos pero minuciosamente pasaba las pupilas sobre su cara.
Su cara que entre leves estertores denunciaba una vida lenta.
Lenta pero profusa, rica en eructos, en movimientos de los labios como si aún saboreara la última comida.
Ella lo miraba: boquiabierto mostrando apenas la lengua, dejando resbalar de ella un hilo de baba.
Baba viscosa, umbral de dos universos unidos por una línea delgada de tiempo: el sabor de la comida antes de ser desintegrada y la vitalidad escondida del estómago.
Estómago que se abultaba ya debajo de la camiseta manchada de sudor.
Sudor derramado unas horas antes entre las piernas de ella.
Ella que lo observa detenidamente tirado sobre la mesa.
Eso es lo que queda de la comida pasada. Él siempre se derrama.