El sol había llegado a la era en que cuerpos, celestes y humanos, desequilibraron sus cargas negativas y positivas. Para nivelar los sentimientos, las personas se hacían incrustar chips en el músculo enrojecido de su pecho.
Davo, estatura media y ojos grises, creía que chips y botones eran reminiscencias de una época en la que el alma era como una pared impregnada de ideas y sentimientos de los que ahora debían protegerse para no perder el poco impulso energético que aún les quedaba.
Lucy, tez color miel y cabello rojizo, quería tener una historia de amor que contar, por lo que Davo y ella, al poco tiempo de conocerse, se implantaron chips. Una luz en sus miradas indicaba que los dispositivos estaban encendidos y en perfecto funcionamiento.
Después de un tiempo la luz de Davo parpadeaba como una estrella lejana, pero el defecto de fábrica parecía no entorpecer lo que sentía. Lucy sabía que algo andaba mal, ese chip se había averiado hace tiempo. Se preguntaba si podría ser posible que en el cuerpo de Davo se estuviera dando el caso extraño de enamoramiento real.
En la mente de Lucy se cavilaban arrumacos y ternuras de permanencia a voluntad. El abismo de posibilidades le daba vértigo.