Las manos frías. Tengo los pies fríos. Hay gente que intenta salir de China por las montañas y en el viaje se les congelan los dedos de pies y manos y se les caen sin que se den cuenta. Si pierden sólo uno tienen mucha suerte.
Estoy bajo las cobijas y pienso en esos dedos perdidos, todos esos huesos que arqueólogos del futuro encontrarán por aquí y por allá pensando que ahí quizá se hacían ritos para algún dios, o sacrificios sagrados.
Pensar que esas falanges repartidas sólo son testigos de nuestra injusticia, de la necesidad de los hombres por nombrar las tierras y aprisionarnos en ellas con sentidos de identidad. Me da gusto pensar que al menos más adelante nadie sabrá de nuestros vergonzosos actos. La gente de esos tiempos se dedicará a inventarnos dioses de las nieves y pueblos paganos que los adoraban. Y creerán que éramos sabios.
Al menos el tiempo nos perdona la inmundicia.