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Una anécdota familiar

La verdad es que la gente nunca sabe lo que dice. Una vez me dijeron (no estoy del todo seguro de quién, pero culpo a mi familia) que todo en este mundo pasa por algo, y yo me lo creí durante mucho tiempo. Pero la verdad es que la gente también se equivoca cuando dice esto, no sólo porque las cosas no suceden por algo así como así sino que, cuando esta frase sale de la boca de alguien, en realidad quiere decir que pasan para algo. Me parece francamente estúpido ir a un funeral, por poner un ejemplo, asistir, pasar algunas horas junto a estas personas en pena y decirles, con el corazón en la mano, que «por algo pasan las cosas». Es decir, «no te preocupes, quizás tu abuela ya estaba vieja o a lo mejor sufría de una enfermedad silenciosa que ustedes desconocían». Son cosas que simplemente no se dicen. Pero supongamos que en efecto uno piensa que las cosas pasan por algo (o para algo) y deambula por su vida creyendo que los miles de asesinatos que se efectúan en el mundo año con año están tejiendo algún mágico y glorioso destino para alguien en particular o para todos nosotros en general. Uno puede asumir cosas como esa. Sobre todo si se es religioso. Conozco a muchas personas que oran y oran por las almas de no sé quiénes ni cuántos. Lo peor, sin embargo, es que esta idea le mete a la gente en su cabeza la presuposición de que todo está conectado, de que algo es consecuencia de otra cosa o incluso que todo tiene una utilidad. En la familia de mi mamá, por ejemplo, algunos tíos y abuelas no se llaman como les decimos: Nacho, es en realidad Perfecto; Estela, Adela; Mica se llama Esperanza. Y, bueno, simplemente no creo que eso haya pasado por algo ni para nada. Sólo digo que la gente no sabe lo que dice.

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Músico, escritor, lector, cinéfilo, melómano, hijo, primo, hermano y amigo nacido en la ciudad de México un hermoso y soleado miércoles 29 de febrero de 1984. Gusta de todas las formas de la imaginación y del humor sin discriminación alguna. También disfruta ocasionalmente de una buena novela policiaca. Sostiene que la escritura literaria es una búsqueda donde la voz del escritor debe ser la única constante. En alguna reunión llegó a afirmar: “Puedo suscribirme a cualquier corriente de pensamiento, siempre y cuando sea lo bastante corriente”. No ha recibido ninguna distinción literaria, pero ha otorgado dos títulos de “Abuela Honoris Causa” hasta el momento. El primero a Susan Sontag por su labor crítica y, sobre todo, por esta fotografía; el segundo a Wisława Szymborska por su obra poética y por la persona que imagina detrás de esos poemas. Participó en el proyecto de investigación de literatura policiaca “Crimen y ficción”. Actualmente escribe una columna mensual de cine para la revista Síncope, mantiene el blog “Antología (no tan) arbitraria de textos” y toca la guitarra en la banda mexicana de swing Cotton’s.
Ilustradora. Mujer a la que le cuesta trabajo describirse en pocas palabras, pero que en un intento de ello podría decir que es mitad mariposa, mitad escorpión. Buscadora incansable del placer de vivir, cazadora de sombras, recolectora de cristales, espía de ventanas, coleccionista de reflejos, soñadora, viajera, filósofa y psicoloca frustrada, apasionada, sensible ante cualquier estímulo, observadora compulsiva, amante del amor, de la humanidad, de las bellas artes, del erotismo, del conocimiento, de la naturaleza, de cualquier cosa que despierte su asombro y creatividad. Cree en la humanidad y en el arte como productor de conciencia social. Canta, dibuja, escribe y toma fotos para sentirse más viva.
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