Déjame morder mucho tiempo las enredaderas de tu memoria, pesadas y ocultas. Cuando mordisqueo tus neuronas invisibles y rebeldes me parece que como recuerdos.
Me invade un sabor intenso, mezcla de ágata y metal. A un paso de quedar intoxicada, un aire caliente atraviesa mi garganta: es el veneno de tus pensamientos. Deseo combinado con horror, una rara agonía.
Mientras más vacío el contenedor de tu lucidez, más deliciosa y áspera resulta mi tortura. Mastico tu dolor y paladeo tu regodeo. Un suculento plato de repasos que marido con un trago de aguardiente.
Tu cerebro, siempre complejo, a punto de estallar en el desequilibrio. Eres mi demente, mi pequeño maniaco de miradas perdidas que se confunden en el límite de la esquizofrenia. Un coctel de antidepresivos para detener la revolución que es tu cerebro.
También los llevo en la lengua y el estómago se confunde pues prefiero tu estrés mental, el que imagina, el que crea, el que duele pero se apasiona.
Déjame probar mucho tiempo tu locura. Nadie te entiende, nadie te sabe, excepto yo.