Mientras el sudor me recorre el cuello y casi gotea de mis sienes, te veo ahí, dormido. Roncas como un animal bocarriba con toda la carne al descubierto, nunca he sentido más asco ni tanta envidia como en este momento.
El ventilador descompuesto y el aire denso que apenas corre por las ventanas. Se derritió el hielo y el agua está tibia. Este calor infernal que no acaba, que no baja, que no cede…
Saco la cabeza por el agujero que se hace entre la puerta y la pared. No hay aire, nada fresco. La desesperación comienza a apoderarse de mi cuerpo ya deshidratado, de mi piel cansada y desabrida, de mi lengua partida y mi boca seca.
Tomo el ventilador de pie que está junto a la cama y sin pensarlo, sin dudarlo un solo segundo, lo empuño y comienzo a golpear tu cabeza sobre la almohada. Las hojas del ventilador cortan tu piel y resbalan como cuchillo por el sudor que sale de los poros inmensos de tu cara.
Un golpe tras otro terminan con tu sueño. Sigue haciendo calor pero ya no roncas, ya no duermes; ahora sangras y estás inerte, eres un animal sin vida, un cuerpo frío.
Me acuesto junto a ti y poco a poco el calor desciende.