…de la Tierra al Cielo. ¡Qué camino, pesado ascenso! Pensaba que el piolet era imprescindible, ahora me doy cuenta de que un paracaídas lo es igualmente.
A veces, preferiría la tiza. Plum, en una ojeada, ya había llegado al fin, a ese azul diáfano y transparente; ardía a salvo en la luz, y para mi sueño no había noche, alumbrado por la lámpara. Pero Tiempo pasa, corre en línea recta, su flecha es inclemente, su caminar enérgico, sabe bien a dónde va. Yo no lo sé, antes era sencillo, mis pasos seguían uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve FIN… ¡Cielo!
Uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve… Los brincos tenían sentido, cada paso tras la piedra.
Ahora ya no sé… he girado ya tanto, que la brújula vacila. No resuelvo aún qué será más útil: si el piolet o el paracaídas. Creo que no resistiré más a la caída, lo soltaré.
No he dejado la Tierra, creyendo Cielo; ella está en el principio y en el fin, quizá en el principio del movimiento esté no querer ir más allá. La paciencia de troncos es tenaz. Espero que los hilos desmadejen el laberinto de la conquista y que recorriendo la trama vegetal, mi rostro anudado aliente ligero.