Me miraban, yo sé que lo hacían, y mientras todos se llenaban de odio y envidia yo, el único, el ser inmortal entre los mortales, sólo me reía.
La historia iba a repetirse una y otra vez. Nadie podría evitarlo, así era como se escribía cada siglo, cada milenio, el cuento de los hombres.
No podía ocultar el haber sido diferente. Ni aún queriendo ser un simple hombre, no lo era, no era posible que lo fuera; aunque sangrara y muriera como todos, yo era eterno, lo sabía, lo sentía. Los otros eran las moscas y los gusanos del cuerpo putrefacto de la vida.
Yo sólo sé que soy otra cosa, no sé exactamente qué o quién, pero otro, otra, no como ellos, diferente.