Los primeros testigos aseguraban haber mirado una luz que resplandecía tanto, que prácticamente hacía imposible ver algo más que la misma luz; en términos prácticos no habían visto nada.
Las investigaciones, por otro lado, determinaron que la mayoría sucedía de noche: justo en lugares apartados y oscuros, donde de pronto se veía cómo se elevaba un auto hasta desaparecer y perderse entre las nubes.
Las abducciones comenzaron a ser el tema común, todos hablaban de la desaparición de alguno de sus familiares, de que los autos pequeños eran los que desaparecían con mayor frecuencia, de la desaparición de alguna vaca o caballo de la zona.
Fue en medio de una noche completamente despejada que alcanzaron a ver volar al ave con otro auto entre las garras, las dudas quedaron despejadas.
Las fuerzas del orden lograron seguir el vuelo gracias al localizador que alcanzaron a dispararle.
El operativo fue preciso, la emboscada silenciosa: subieron en avión lo más alto que pudieron y se dejaron caer dirigiendo la caída con sus trajes de vuelo autónomo.
Llegaron a la nube sin dificultades y lo que vieron sus ojos no tuvo descripción: una lechuza gigante que los triplicaba en tamaño.
Estaba exaltada pero sabía su destino, apuntaron sus armas y le dispararon hasta que toda ella quedó destrozada sobre el cementerio más grande de autos “Topolino” que se haya podido imaginar.