Zoom, zoom. Nadie podía percibir su rostro, apenas y se sentía una leve brisa de la velocidad con la que se movía aquel conejo.
¿De qué se esconde? ¿A qué le teme? ¿Qué lo mantiene a prisa?
Ese pequeño y blanquecino orejón nunca se detuvo a saludar. Sus días estuvieron marcados por el silencio y la soledad. Acostumbrado a vivir para trabajar, sin darse cuenta de que detrás lo seguía la muerte para advertir su final.
¡Ah, pobre conejo! si tan sólo no hubiese ignorado a la flaca aquel día que se tropezó con ella; si tan solo la hubiese mirado a los ojos podría haber vaticinado lo que viviría mañana, la última de sus jornadas.
Detente conejo ante la gente, las nubes; tropieza conejo que aunque vayas a prisa el mañana te alcanzará.