Paulette, si un día tuviera que regalarle algo, ¿qué podría darle un hombre como yo a una mujer como ella que lo tiene todo? Me hice esta pregunta cada día, después de dejarla en la puerta de su casa; todo el tiempo que pasé enamorándola con chistes y anécdotas, siempre, desde que me la presentaron, me lo pregunté, y nunca pude darme una respuesta convincente: un viaje, un libro, una dedicatoria… ¡Qué estupidez! ¿Un viaje? ¡Si viaja cada fin de semana! ¿Un libro? ¡Tendría que robarlo de su casa para que no lo tuviera ya! ¿Una dedicatoria? ¡Pero si ha enamorado a tantos hombres! No me quedaba de otra: fuera lo que fuera, tendría que regalarle una mentira. Y eso hice: una supuesta botella de vino caro y una historia detrás de ella, que en realidad se trataba de una botella barata del peor de los vinos nacionales, ensalzada con una etiqueta diseñada por mí: una verdadera joya. Le anticipé el tremendo regalo y agregué que pasé meses ahorrando para comprarlo, así que ambos estábamos ansiosos por que llegara el día en que lo tomáramos al fin. Pero dada la excelencia del vino, acordamos guardarlo para un día especial, incluso lo dejamos envuelto hasta que llegara el momento adecuado. Nuestra boda no fue ese día, no lo fue tampoco el nacimiento de nuestro hijo, ni lo fue el día en que nació nuestro primer nieto. Por fortuna.
Sin embargo, el día que murió Paulette abrí el regalo. La botella estaba rota. Dentro había una nota y algo de dinero:
Qué tonto eres. Siempre lo has sido. Cómprate una buena botella, corazón.