Siempre fue cuadrado y, aunque tuviera cuatro ángulos rectos, siempre le dijeron obtuso. Al menos hasta que la conoció, después de eso él y ella se pusieron cuadraplégicos a navegar hirsutos de bonanza y kashmir, a boicotear picos de arancel y balar pirotecnia embalsamante. Calaron entremecidos los balines de los hisopos y marmotearon falsiformes los cubículos antroposóficos. Arremetieron esdrújulos contra el vitiligo diario del circulo hexadecimal y pospusieron la reversa hasta que las perséfones no bramaran más. Bebieron transgénicos de código minificado, redundaron en lava transparente de llamas cotorras, traspapelaron el monasterio de caleidoscopios ciegos; se parieron el uno al otro entre amnistías calcinadas hasta que todo se tornó madera albina de ébano pacífico.
Al transcribir los años que no pasaron y los momentos que se repitieron ella se disolvió, o se murió, o se extravió, o se inmoló, o todas las conscripciones previas.
Ahora a él no le queda ni un ángulo, ni un motivo, ni un tamal mal amarrado; sólo un pensamiento color orín con un par de líneas desdibujadas.
