Los dibujos encontrados en la cueva de la ciudad perdida dejaban ver que en algún tiempo una especie de ave había regido la vida de los hombres. Nunca se pudo entregar prueba viva de su existencia. En los casi destruidos documentos que se encontraron, podía suponerse que aquel animal dejaba sus plumas por todas partes, que sus huellas podían seguirse aún sin verlas y que volaba en completo silencio. Los hombres que todavía habitan la zona dicen escuchar su canto, algunos lo refieren como al del gallo, otros como al del zanate, pero no lo han visto ni de día ni de noche.
Quizá sólo haya sido el pájaro de los sueños, el emisario de dios, pero la única verdad que se tiene de la criatura, es la del pensamiento.