Nadie escuchó sus pasos apurados bajar la escalera. Nadie imaginó que la joven favorita del pueblo, la más diligente y llena de vida fuera también el alma más triste, la más sola, la menos feliz.
Aquella fue una madrugada que nadie pudo olvidar.
Margarita dejó la casa de sus padres para no volver, fue en busca de un sonido, uno que gritaría antes de caer por el acantilado de la vieja Asturias.
«¡Margarita, Margarita!», fue lo último que sus labios pronunciaron.