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Srta. Esperanza Díaz

En aquel olvidado cuarto de hospital, el nieto le susurró al anciano lo siguiente:

«A veces medirse se vuelve irracional y necesario, a veces te das cuenta de que la competitividad te engañó y te dijo cuales debían ser tus sueños, tus metas, tus putos logros; cuando te dijo que tu cuenta bancaria era el verdadero timeline de tus días, que la gloria funciona a gasolina y que cultivaste cosas que te valieron mierda y entonces, pletórico de propiedades, henchido de vanidad te das cuenta de que si te dieran la oportunidad de tener un mueble para trofeos de vida, para exhibir y coleccionar tus buenos momentos, una gran estantería con luces internas, terciopelo azul y puertas de vidrio, este maldito se vería vacío pero estaría lleno de pequeñas cositas insignificantes, bolitas de lana de incalculable felicidad, invisibles motas de polvo del placer más honesto, un olor leve y viejo a dicha y ahí es donde tenés que medirte, ahí es donde tenés que decidir si te va a importar que la gente que está ahí asomada sólo vea su propio reflejo en el vidrio y una cantidad de mugre en los estantes o entienda, como vos lo hiciste, que la dicha flota como las motas de polvo en el dulce liquido de un rayo de sol a través de una ventana y es lo único que te llevás»

El anciano se levantó con cierto trabajo. En algún lugar del país aun debería estar ella, tan vieja como él, tan mota de polvo en el olvido.

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Escritor/Ilustrador. Diseñador gráfico alma vendida, hedonista de bolsillo vacío, activista de la pereza y los vicios solitarios, nacido en tierra de nadie Santiago de Cali, prosperó en la vida alegre y fue criado en modo experimental, casi como un hámster de ritmos tropicales, con la ternura y los dientes necesarios para dar un par de puñaladas de cariño y el justo pelito afelpado de la embriaguez. Cree que el juicio es una trampa, la cerveza es una dicha y el humor confunde al tiempo; cree que el dinero es para los amigos, los genitales para el viento tibio y un vaso de licor con hielos para mantener el equilibrio en cualquier ocasión que valga la pena. Dibuja desde siempre, con disciplina de borracho -tinta y mugre- y nunca termina nada, no sabe de finales ni de principios ni de la ciencia exacta del éxito. Pero sabe caminar por ahí, encontrando compinches que han iluminado las vueltas de su vida, y le escuchan sus teorías de viejo impertinente, iconoclasta y prostático, a cambio del poco tiempo que nos queda. Amén.
Ilustrador. Soñó que se caía, pero se agarró de un lápiz.
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