Una cara, todas las caras. Como si todos los días te toparas con caras de asiáticos: las mismas facciones, diferentes ficciones.
Los dientes separados, las palabras bien acomodadas; tanto, que por ese hueco se escapa lo que entre líneas aparece.
Tus errores, tus fallas, tus pecas. Mis pecas y lunares. Los unes, imaginas figuras, constelaciones…
La epidermis expuesta. Un cuerpo lampiño como último eslabón de la evolución. Vellitos que me protegen. Mi suéter puesto encima de la cabeza, la misma cabeza, la cabeza en sí. Cubrir la cabeza para mantenerla fría. Ya tengo hambre.
Otra vez es de día. El mismo ritual. Aquí lo que menos cuenta son las decisiones viscerales.