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¡Grrrrr!

No juegues a ser monstruo, no te queda ese color.

Si supiera que puedes asustarme con tus artimañas habría comprado un escudo protector o empuñado un anillo de poder, pero tu humor ácido e iluminación cruel no me intimidan.

Tengo más fuerza para devolverte el grito, diez veces más voraz y cincuenta veces más ensordecedor.

No te quedan los gruñidos y romper los muebles es tedioso, importuno… patético.

No me amenaces con beber mi sangre, comerte mi cerebro o envenenarme con tus garras; tus dientes ya no me duelen.

No juegues a ser monstruo. No juegues a matar. No quieras sorprenderme con tu maldad artificial.

No me busques, no me aceches, no me llames.

El verdadero monstruo soy yo. 

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Escritora. Bruja de oficio, cocinera de palabras por accidente. Cambio de color todo el tiempo porque no me gusta el gris, un poco sí el negro, pero nada como un puñado de crayolas para ponerle matiz al papel. A veces escribo porque no sé cómo más decir las cosas, a veces pinto porque no sé como escribir lo que estoy pensando, pero siempre o casi siempre me visto de algún modo especial para despistar al enemigo. Me gusta hablar y aunque no me gusta mucho la gente, siempre encuentro algún modo de pasar bien el tiempo rodeada de toda clase de especies. El trabajo me apasiona, los lápices de madera No. 2 también; conocer lugares me fascina y comer rico me pone muy feliz. Vivo de las palabras, del Internet y de levantarme todas las mañanas para seguir una rutina que espero algún día pueda romper para irme a vivir a la playa, tomar bloody marys con sombrillita y ponerme al sol hasta que me arda la conciencia. Por el momento vivo enamorada y no conozco otro lugar mejor. El latte caliente, una caja de camellos, una coca cola fría por la tarde, si se puede coca cola todo el día, y un beso antes de dormir son mi receta favorita para sonreír cuando incluso el color más brillante se ve gris.

La Avinchuela mágica.

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