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Sara

Sara sabe que todo –y nada– queda a una bala, unas pastillas o una soga de distancia. Sara sabe que su cuerpo es una prisión y sus ojos una cámara que proyecta películas en la mitad de su cabeza. Sara sabe que el alma existe, que el destino lo hace uno y que la fe mueve montañas. Sara sabe que todo sería lo mismo si lo anterior fuera exactamente lo contrario.

Sara comprende las leyes de la física, la atracción, la gravedad, el empuje, el trabajo, la cinética… y reconoce que a nivel subatómico las leyes son diferentes. Percibe que somos un montón de espacio vacío.

Sara juega con el gato de Schrödinger cuando está sola en su cuarto. Juega con bolas de lana, bazucas de plasma y ratones gigantes. Sara reconoce que el tiempo es una pérdida de tiempo y lo que dura una vida no es nada.

Sara sabe que hay muchas maneras de medir el éxito, sabe que una sonrisa del alma vale más que una del cuero y sabe que sin dinero (o bienes) la gente se muere de hambre.

Sara explica que el universo, la existencia y la materia son un fallo en la lógica, una chispa de un cable eléctrico que viene de ninguna parte y va a ningún lado. Sara predica que todo lo que somos, vemos y hacemos son convenciones; todo es una farsa, todo es real, todo da igual.

Sara sabe que lo único que tenemos es un respiro, una existencia que apenas es nuestra y carece de significado.

Sara sabe que las puertas las crea el hombre y las llaves también.

Sara, a sus 8 años, quiere ser herrera cuando grande.

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Tras ganar su primer premio en efectivo, cambiarlo por brandy y cerveza y beberlos con sus rivales, descubrió su pasión por las letras y que la sopa en realidad sí es un buen alimento ...
Ilustrador. Soñó que se caía, pero se agarró de un lápiz.
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