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Afección bucal

Brotó la sangre de sus encías negras, inflamadas.

Jamás creyó que las cerdas del cepillo lastimaran tanto. El agua tibia con sal no redujo la inflamación.

Frente al espejo, recordó cuando él se fue y la almohada vacía. La loción impregnada en la almohada vacía que dejó junto a ella.

Talló más fuerte las encías tras repasar, como una reverberación, las horas anteriores a la mañana. Los dedos unidos tras las sillas, el convencimiento con los pies, los besos. Siempre intuyó que ellos dos nunca serían pero cedió a la circunstancia terca de la última vez de la última vez.

Lo ignoró en la noche, lo resintió al despertar. Y los dientes, manchados de carmín.

El cepillo como instrumento de flagelo.

La rabia transgredió a las encías cuando ella concluyó lo inequívoco: que los surcos en la mirada no mienten y la de él estaba colmada de aire.

Escupió la sangre en el lavabo. La observó irse por el desagüe tras enjuagar el cepillo. Cerdas blancas, boca lacerada.

Y la imposibilidad como una bacteria alojada entre los dientes.

 

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Escritora. Cafeinómana, observadora, insomne. De ser trapecista caminaría todo el tiempo por las orillas.
Ilustradora. Vendedora de sueños, trompetista en el circo de la mariposa, a veces maga. También pinta y hace flan.
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Púas

Primero fue la imagen

—¿Y si cortamos el cordón con tu navaja? —No parece ser suficientemente fuerte. —¿Por qué echas a perder la fiesta desde el inicio?…

De tenerte en mis brazos

Ansiedad

Y allí está, sentada defendiendo el poco espacio que ocupa, discutiendo con sus ganas de abrazarle, en cama lloriqueándole al oído mientras duerme…

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