A veces en la noche cuando todos duermen y me siento solo, prendo la luz para que me acompañe mi sombra.
Entonces me doy cuenta de que mi sombra tiene alas, se desprende de mi cuerpo, da vueltas en la habitación para reconocer el terreno y así, de pronto, sin avisar, sale volando por la ventana. Yo también me aviento, siento que debo buscarla, pues sin mi sombra la luz no tiene mucha importancia.
En el camino me encuentro a un ave que pasa con sus alas extendidas y le pregunto si las nubes están cayendo también. Nada se mueve, sólo siento el aire estrellándose en mi cara a gran velocidad.
El ave que ahora va en picada, con su cuerpo bien extendido, me contesta: «no estamos volando, descansamos en la gravedad por unos instantes».
Y sin agregar más, el ave se lanza a cazar mi sombra.