Tuve un sueño. No fue un sueño. Descalzo plantado en la arena el sol latiga mi piel bendecida de músculos. La noche grita de estrellas. La panza cerveza cobija mis genitales. Verga de potro. Verga semilla. Vagina cayán. Las mujeres me tocan, las mujeres me abrazan, me tocan, me abrazan besan soban lamen suspiran. Las mujeres me muerden, las mujeres me gritan, me abofetean escupen patean execran. Grito en versos tarantinos. Muere la lengua. Garganta cuna de polvo. Miro al frente, veo mi nuca. De mis uñas florecen girasoles y mandíbulas de vacas sacrificadas. El tiempo me dispara. El tiempo recarga. Del útero al panteón mi flema se extiende. Giro asustado. Soy señor feudal de la tierra. Infante rosado elogiado por hormigas. Anciano millonario sentado en su Porsche sin ventanas, sin techo, sin motor, sin ruedas, sin asientos. Quema mis brazos el dolor de sostener al planeta con las piernas. Mi corazón escapa por la axila y busca ansioso ser rescatado por las fauces de un jabalí fantasma. Descalzo plantado en la arena, catorce doscientas veintiséis horas frente a la pantalla. Serpientes albinas crecen de los tímpanos. Tres décadas de alarmas sonando: «rómpase en caso de emergencia». Cristal antibalas, antideseos mequetrefes, antipazguatos maquinales. Grita la noche soles mantarraya. Abatido me veo en un mundo sin dimensiones. La picha recta cayendo hacia el cielo. Los alveolos mudos sin alcanzar el último suspiro. La mente lerda en un cuerpo que ni siquiera ha nacido. Descalzo plantado en la arena tuve un sueño. No es un sueño.
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