Quizá al buscar a tientas tu cuerpo fue como encontré un lápiz entre las sábanas; se te ocurrió que era buen momento para dibujarme. Me quedé quieta para no interrumpir tus planes. Tú crees que lo que más disfruto es ver la forma en que me miras mientras me dibujas, quieta bajo el imperio de tu mirada, como si fuera una gota detenida en un extremo del cristal de esta ventana. Aquella vez, en mi imaginación, fui Cleopatra, Monroe y María Félix para no aburrirme en mi estelar de estatua. Ignoras que quizá lo que más me gusta de cuando dibujas es el desorden de tus lápices por los rincones de la casa porque después, cuando no estás, eso me recuerda a ti mientras cocino o camino distraída en esta casa nuestra que tiene su propia intimidad junto al coro de los pájaros que se vuelve griterío mientras avanza la tarde. El otro día noté que el vapor de la cafetera estaba en su debut de niebla con los vasos de la repisa y a éstos, un poco tímidos, se les ocurrió sudar de alegría y opacar su pudor de cristal en gotitas que rodaban con un ritmo de caricia. Hace rato miraba por la ventana, y encontré un lápiz mordisqueado, es probable que sin darte cuenta le hayas hecho vudú con tu boca y tus dientes; muy parecido a como me hiciste a mí en la mañana. Vudú de caricias y lamentos, de maullidos en distintos matices y variaciones musicales.
Estudiante de letras hispánicas. Residente de la única ciudad donde la fauna nociva aprendió a nadar y por tal motivo, mientras me tomo mi café de las 6 pm, me preocupo por si debemos o no empezar a llamarla fauna marina.
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