Pinpilinpauxa, tximeleta, dijo mientras lamía un pedazo de ala. Luego giró el rostro y sosteniendo sus ojos de mármol sobre mí, devoró al insecto alado con el que sin recato, jugueteó desde que llegamos a la casa. Residuos de polvo de color quedaron en sus dientes y desaparecieron gradualmente mientras enlistaba otros nombres del animal: mariposa, papalotl… A pesar de la cantidad de alcohol que había ingerido, no podía dejar de mirarle el pecho apretujado. Butterfly, papillon, farfalla… Llevábamos tiempo bebiendo y escuchando música en mi sofá. Era Navidad. Nos conocimos en un bar esa misma noche. A cada copa, su pecho se inflamaba más o eso me parecía. ¿Era verdad que estaba comiendo insectos? En algún momento sacó la lengua que a esas alturas asumí bífida y lamió de nuevo el cuerpo de otro animalito. Mitxirrika, Schmetterling, dijo, y nos fuimos a la cama. No sé si las cobras coman mariposas, pero no tiene importancia. Por alguna razón le dije «mi cobrita», y me preparé para dormir mientras la abrazaba.
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