Regresé de mis pensamientos justo cuando dijiste:
—Siempre estás como en otro lado.
Y no sabía a qué te referías. Bueno, sí sabía. Pero confiaba en que nunca lo ibas a notar.
Seguías creciendo, seguías floreciendo y trascendiendo a nuestro otrora espacio de seguridad e inmunidad. A nuestro inquebrantable escondite.
Tus ojos azules eran como un lejano faro. Yo lo odiaba. Lo odiaba porque me advertía de la nueva distancia entre nosotros.
Encerrados en nuestra seguridad pero tú viéndolo todo diferente.
Por fin pude vencer al miedo. Salir a saludar a la vulnerabilidad de estar vivo.
Tomé el primer objeto punzocortante que encontré en esta espesa obscuridad mientras afuera buscaba a tientas la parte más frágil de tu fisonomía.
Yo siempre pensé que las flores no tenían huesos. Siempre estoy como en otro lado.